Ariadna

Text escrit per Joan Agelet (alumne de 1r de Batxillerat)

Ariadna, a sus diecisiete años, tenía un sólido pasado organizado y satisfactorio, y se encaraba a un futuro igualmente organizado y satisfactorio. Su núcleo familiar vivía complacido gracias a los numerosos programas y aplicaciones que, de forma acertada, les asesoraban en las necesidades nutricionales, de salud, de entretenimiento, de relaciones afectivas y sociales, de control de la economía doméstica, de actividades deportivas, de rendimiento en el estudio y el trabajo, tanto para ella como para sus padres y hermano pequeño, que acababa de cumplir nueve años, por supuesto también organizados y satisfactorios.

En estas favorables condiciones, palabras como “problema”, “contratiempo”, “adversidad”, habían caído en desuso desde, por lo menos, cuatro generaciones, y en las últimas actualizaciones del Léxico Normativo de la Academia de Comunicación Oral y de Autocomunicación Mental habían sido ya eliminadas.

La madrugada del 3 del mes di-wu (mayo) de 2099 (dada la unificación de todos los sistemas mundiales según los programarios chinos, los nombres de los meses y otros términos de tiempo o lugar se expresaban en esa lengua), Ariadna y su familia se despertaron sobresaltados por un ruido ensordecedor y un potente seísmo. “Sobresalto” tampoco constaba en el Léxico, y la comunicación entre ellos se vio afectada por este vacío y por otros que se fueron sucediendo. Los diversos sistemas mundiales de emergencias se activaron en cadena, ya que no se trataba de un único terremoto, sino de una serie de movimientos destructivos que en menos de diez horas recorrieron el planeta. Desgraciadamente, a medida que se producía un seísmo, el servidor de emergencias del punto anterior afectado colapsaba y quedaba inutilizado.

Ariadna, su familia, los vecinos de la zona y la gente en general con quien se iban encontrando por las calles carecían de recursos comunicativos para organizarse, carecían de imaginación para su supervivencia, carecían de capacidad de adaptación ante las adversidades, y sobre todo carecían de capacidad de decisión. Ariadna se encontraba en medio del caos más absoluto. Inmóvil, era una espectadora de todo. ¿Qué o quién le puede decir qué hacer? Sin respuesta.

Ariadna recordó que en su infancia organizada y satisfactoria había leído en su e-book de última generación una selección de narraciones fantásticas de tiempos muy lejanos. Allí aparecía otra Ariadna. De hecho, sus padres la llamaron así por la belleza de sonidos de este nombre. Ariadna lloró (no tenía conciencia de si había llorado antes alguna vez). Aquella otra Ariadna hubiera sabido qué hacer. Hubiera tenido un hilo para escapar del peligroso laberinto en que se había transformado un mundo que parecía perfecto.